
Mi vida profesional y personal es una mezcla de potra y de gente que me encontré y me ayudó. Nací en Águilas en 1985. Mi padre lleva toda la vida de profesor de biología en institutos y mi madre nos crió mientras se sacaba Psicología por la UNED y varios másters. Desde hace unos años ha conseguido ejercer. Mi hermano es el guitarrista flamenco Paco Soto. ¿De dónde le vino la vocación? Nadie lo sabe: en mi casa sólo se escuchaba Ana Belén y Victor Manuel, Silvio Rodríguez, Serrat y cosas así, hasta que yo empecé a meter punk y abominaciones. El flamenco debió agarrarlo en un callejón desconocido.
Estudié siempre en la pública y luego fui a la Universidad, donde me matriculé más de lo que estudié. Estaba más centrado en leer lo que me apetecía y en aprender a escribir, imitando a otros, que en los estudios académicos. Había decidido ser escritor gracias a mi profesora de lengua del instituto, Pilar García Madrazo. Luego trabajé de camarero, de librero, de robot en una cadena de montaje de artículos de regalo, como monitor de colonias, como corrector y lector editorial, y dos años muy largos y penosos en una empresa de publicidad que tiene la culpa de que me abriera cuentas en redes sociales. Cuando me quedé en paro empecé a publicar opiniones en Facebook y Carlos Hernanz, periodista de El Confidencial, se puso a seguirme y le habló al director Nacho Cardero de mí. Fue así como conseguí mi primer trabajo estable de columnista. Esta potra espectacular todavía no me ha abandonado.
Desde entonces me he ido haciendo más y más conocido, a veces a mi pesar y otras no. He publicado en El Periódico de Cataluña con secciones fijas en opinión; en El País de las Tentaciones, de donde salí por la ventana tras una jugarreta mía por la que pido perdón a Borja Bas; en Papel de El Mundo, donde entré de la mano de Javi Gómez y siguieron tratándome muy bien después de que él se marchase; y en un porrón de revistas muy bonitas como Ethics, Vice, 5W, El Mon d’Ahir, El Cultural y muchas otras muy buenas que ahora mismo no recuerdo.
En el columnismo tengo un 50% de vocación y un 50% de necesidad, mientras que en la escritura creativa tengo un 100% de vocación y ninguna necesidad. Como novelista he publicado Siberia (Premio Tormenta al Mejor Autor Revelación, 2012), Ajedrez para un detective novato (Premio Ateneo Joven de Sevilla, 2013) y Crímenes del futuro (2018), que es la última. También una novela infantil que se llama Prohibida la ducha (2015). Como ensayista he publicado La casa del ahorcado (2021), Arden las redes (2017) y Nadie se va a reír (2022). Me publicaron también un libro de artículos, Un abuelo rojo y otro abuelo facha (2016). Y tengo una novela thriller de encargo a mi nombre, La conjetura de Perelmán (2011) en la que es más divertido saber cómo llegué a publicarla que la novela en sí, cuyo resultado me disgusta.
Hasta ese momento de “sueño americano” había publicado artículos en la difunta revista Tiempo gracias a la confianza del director de la sección de cultura Luis Algorri, a quien Ignacio Merino, amigo mío este desde que yo era camarero, le habló de “un chaval que escribía bien”. También había publicado en la revista Yorokobu porque les mandé un email sin conocerlos de nada y Mar Abad es una tía maja y abierta. Y en una revista que se llamaba Madriz, donde duré poco, y en otra que se llamaba BCN Week o algo así. También tuve una sección de entrevistas surrealistas en una erótica, Primera Línea, que dirigía un periodista genial llamado Miquel Echarri. Las ilustraciones de Joaquín Aldeguer eran lo mejor. Pero hasta El Confidencial no se puede decir que empezase a trabajar de verdad en esto. Es decir: con El Confidencial empecé a vivir de la escritura.
Mi lucha es la libertad de expresión: si tuviera que desprenderme de todos mis derechos menos uno, elegiría este, puesto que con él podría recuperar todos los demás. A la defensa de la libertad de expresión dedico buena parte de mi trabajo articulístico y ensayístico. Por eso tengo un retrato de Mijail Bulgákov en mi despacho.
Aparte de esto, he publicado cuentos en antologías muy buenas, he prologado algunos libros y he impartido infinidad de charlas, entrevistas y cursos. Pero lo más importante es que mi mujer se llama Andrea y mi hijo se llama Alejandro, que no se os olvide. Se supone que aquí tendría que poner muchos hitos profesionales más en tercera persona, así que ya iré subiendo lo que se me ocurra.